La Familia de Orestes

Orestes fue el heredero varón de Agamenón, el famoso personaje griego que declaró la guerra a la dorada ciudad de Troya. Cuenta la historia que Agamenón, casado con Clitemnestra, tuvo dos hijas mujeres: Electra e Ifigenia y dos varones, entre ellos: Orestes.

Ifigenia, siendo tan solo una niña, fue sacrificada por su padre a espaldas de su madre para conseguir los favores de Artemisa. El gobernante necesitaba que los vientos soplen fuerte para llegar a Troya. La diosa respondió de inmediato y las fuertes brisas llevaron a Agamenón a destino. Pero entretanto, Clitemnestra, que pensaba que Ifigenia había sido llevada a Aulis para casarse, se enteró del filicidio de Agamenón y esperó pacientemente con su amante Egisto el retorno del Rey a Argos a fines de asesinarlo para vengarse.

De ese modo, al llegar triunfante Agamenón con la caída de Troya como estandarte, fue a re-encontrarse con su esposa en los baños y ésta, junto con su amante, lo asesinó en nombre de Ifigenia. Orestes había sido enviado lejos de casa para evitar que el plan se entorpeciera. Pero durante su estadía en Focea, el dios Apolo, hermano gemelo de Artemisa, se le apareció para indicarle que debía volver de inmediato a Argos y vengar la muerte de su padre.

Imaginen el dilema de Orestes: como heredero legítimo de Agamenón debía vengar la muerte de su padre. Pero vengarlo implicaba un crimen peor aún: asesinar a su propia madre. Esta división interna entre padre y madre, entre los legítimos derechos de uno y otro, es algo que dista mucho de ser una alegoría fantástica: es una realidad que muchas familias viven a diario. Tomando la mitología como el mayor acervo de sabiduría simbólica; podemos hablar del complejo de Orestes instalado como componente psíquico. Este complejo, que divide al hijo en sus lealtades al padre y a la madre, se vive actualizadamente con los condimentos de la sociedad posmoderna: las guerras legales por divorcios, las pujas internas entre ambos progenitores, las rivalidades entre hombre y mujer, etc. El hijo de una familia que carga con la “maldición de la Casa de Atreo” sufre este dilema a cotidiano: ¿madre o padre?.

La llamada maldición de la Casa de Atreo forma parte del mito de Orestes. Se trataba de un castigo que los Dioses habían infligido sobre la línea paterna de Orestes: su abuelo y bisabuelo llegando hasta su padre Agamenón y por supuesto, hasta él mismo. La maldición del linaje de Orestes provino de su antecesor Tántalo que con extrema arrogancia puso a prueba la inteligencia de los dioses más de tres veces. Una vez fue invitado por cortesía de Zeus al Olimpo y Tántalo se ocupó de revelar cual chismoso todos los rumores de pasillo, también robó néctar y ambrosía. No conforme con eso raptó al príncipe Gaménides, amante del gran Zeus. En otra oportunidad preparó un banquete en su propio reino sacrificando a su hijo Pélope y cocinándolo en trozos para que sea el plato principal, observando qué dioses eran capaces de darse cuenta de dónde provenía la carne. Los dioses, ofendidos por el pecado de soberbia de Tántalo, maldijeron todo su linaje arrojándolo a la desgracia. Zeus le lanzó una roca del monte Sípilo y arruinó todo su reino.

Cuando padre y madre rivalizan Tántalo fue confinado al Tártaro: el espacio del inframundo donde estaban los malditos y castigados. Aún después de muerto, fue eternamente torturado por los crímenes que había cometido. El ejemplo máximo de castigo consistió en vivir en una perpetua tentación sin satisfacción. Cada vez que Tántalo, desesperado por el hambre o la sed, intentaba tomar una fruta o agua, éstos se retiraban inmediatamente de su alcance.

A partir de Tántalo, todo su linaje masculino fue maldecido. Podemos notar rápidamente algunas repercusiones en el tapiz familiar: Agamenón también sacrificó a uno de sus hijos, también fue severamente castigado; Orestes tuvo que sacrificar a uno de sus progenitores en favor del otro y también fue severamente castigado. Vamos viendo como el tejido familiar empieza a reproducir lo esencial de una trama trágica. Esto mismo lo encontramos en muchos sistemas donde, con leves modificaciones, se repite un nudo psicológico generación tras generación plasmando un verdadero mapa o entramado.

El mito nos introduce en un drama simbólico que es universal ¿Qué sucede cuando un miembro del sistema peca de soberbia y comente enormes pecados contra los órdenes de la vida? ¿Podemos creer que eso no tendrá repercusiones en los descendientes? ¿Qué sucede con cualquier sistema (sea el cuerpo humano, un árbol, una familia, la naturaleza misma) cuando se quiebra el equilibrio en una de las partes? El mito plantea el dilema, pero avanza también hacia una solución.

Tramas Familiares

Volvamos, por tanto, a Orestes. Cuando el príncipe llega a Argos con el mandato de Apolo de vengar a su padre; se encuentra con su hermana Electra en la tumba de Agamenón. Ella está indignada y decidida a vengar a su padre. Lo terrible de Orestes, es que sabe que si matan a su madre serán perseguidos eternamente por la Furias, las tres implacables vengadoras de los crímenes humanos. Para ellas, no había peor delito que el matricidio.

Permitiéndonos una digresión más, diremos que Electra es otro personaje altamente reconocido dentro de la mitología y del Psicoanálisis, ya que el complejo de Electra es el par complementario del complejo de Edipo y trata sobre una hija que rivaliza con su madre por el amor del padre y está dispuesta a matar a su propia progenitora para vengarse. En la actualidad, existen muchas Electras que “matan” a su madre de formas simbólicas: enjuiciándola, despreciándola, sintiéndose más poderosas y mejores que ella, etc. La alianza de la hija mujer con el padre es otra dinámica familiar que comienza a dibujar trazos en el tapiz.

Siguiendo con el relato, Orestes y Electra mataron a su madre y a su amante, vengando de ese modo a su padre. Las tres Furias se abatieron sobre Orestes hostigándolo hasta enloquecer pero la diosa Atenea, hija por excelencia del magnánimo Zeus, se apiadó de Orestes e improvisó una comitiva con los Dioses para discutir su destino. La asamblea sagrada involucraba a doce dioses a parte de Atenea. Todos tenían derecho libre a votar por la sanción de Orestes, favoreciendo de este modo los derechos matriarcales por encima de los patriarcales, o votar en a favor de Orestes, defendiendo el derecho del padre de obtener venganza por su muerte. La votación resultó un empate: 6 dioses votaron a favor del castigo por el matricidio y 6 por la absolución dada la supremacía del derecho paterno.

El voto decisivo fue el de Atenea, que como buena hija de su padre, votó por los derechos patriarcales y absolvió a Orestes de su infinita tortura. También se ocupó de negociar con las tres Furias otorgándoles uno de sus templos, por lo cual las implacables vengadoras cesaron su hostigamiento y la Casa de Atreo se vio liberada de su maldición.

Hay muchas aristas complejas en este mito. Más allá de que el voto decisivo inclinó la balanza a los derechos del padre, es interesante ver que quien logró resolver el dilema era una Diosa caracterizada por su fina racionalidad, su ecuanimidad y su capacidad de justeza y moderación. Atenea, la de ojos grandes (llamada así por Homero), era una diosa que representaba el sano juicio y la capacidad de equilibrar los polos a través del ejercicio de la consciencia.

Podemos decir que las familias tomadas por el mito de Orestes viven una o varias de las aristas de esta historia. Su tapiz familiar repite en lo esencial alguno de estos patrones. Por ello, podemos ver en estos sistemas lealtades divididas, padres que no se habilitan mutuamente sino que se descalifican y compiten, derechos patriarcales vs derechos matriarcales, hijos con grandes contradicciones y dilemas, linajes masculinos llenos de soberbia que pretenden hacer grandes cosas como Tántalo o Agamenón y de ese modo llevan la ruina a su descendencia, hijas aliadas con su padre contra su madre, y por sobre todo el sacrificio de los hijos como víctimas de padres demasiado centrados en sí mismos.

Dando un paso más, la maldición de la Casa de Atreo es una neurosis que muchas familias y linajes padecen: la tentación sin satisfacción. En este tipo de familias, nada de lo que se hace alcanza, nada satisface, nada llena, nada colma. La exigencia reina y la desesperación es el corolario de un viaje sin fin hacia una paz que nunca se encuentra.

¿Cuál es la solución? El mito la ofrece. El desarrollo de las actitudes del arquetipo de Atenea puede ayudar a levantar la maldición dentro de nuestro tapiz, permitirá un tejido nuevo y diferente que comience a proponer otros modelos. De hecho, la propia Atenea era una excelente tejedora. Valiéndonos de su símbolo, tal vez lo interesante es encontrar el balance psíquico entre las partes que nos componen, entre las lealtades divididas. Buscar puntos de reconciliación en vez de división, generar una consciencia más amplia e inclusiva capaz de lidiar con la paradoja del derecho materno y paterno dándole lugar a ambos.

El mito tiene innumerables aristas que pueden ser mencionadas. Como símbolo es inagotable en la producción de tejido. Hemos tomado solo una hebra, hemos seguido solo unos trazos. Próximamente hablaremos de otros modelos arquetípicos familiares.

Autora:
  • Lic. Marcos
    Posteado el 15 de Junio de 2017

    Psicóloga, Master en Psicología Analítica Junguiana
    Formada en técnicas sistémicas y abordajes familiares.